Ayer fueron los actos de mis hijos y pese a que durante la semana fueron muy agitados los preparativos, al verlos actuar no pude dejar de sentir un orgullo muy grande. La escuela estaba toda decorada de época, con ventanas, aljibes, techos con tejas, faroles por todos lados y ver cientos de chicos vestido de época era algo maravilloso, es un sentimiento inexplicable que rememora la época del bicentenario, pero con ojos de niños es especial. Para ellos era como un juego de disfraces, por más, que las frases que repetían eran de adultos, lo que causaba mucha risa entre ellos.
Después de actuar cuatro veces para distintos públicos y mi hijo ya totalmente cansado, decidimos salir de la escuela, para ir a llevar al más pequeño.
El jardín estaba en la calle, todos de celeste y blanco, vestidos de época, ver esos enanitos todos como caballeros, damas antiguas, y gauchos era una risa, todos con banderitas y las caras pintadas, bailaban, corrian por la calle con otras escuelas, estaba tan divertido que cuando se largo a llover y todos se iban, mi hijo quería quedarse jugando y no dejaba de preguntar por sus compañeritos.
Debo reconocer que cuando uno es chico estos actos son muy importantes, aunque no alcanzan a entender de que se trata, solo es divertido vestirse y decir una frase mirando a mamá y papá que lo miran con orgullo y recibir los aplausos es para ellos como actuar en la televisión.
El ser adultos nos impide pensar y sacar al niño que llevamos dentro, solo en estas ocasiones dimensionamos que a veces debemos dejarnos llevar por nuestros hijos a ese mundo de fantasía y juego donde todo es divertido, no hay problemas, responsabilidades, ni tristezas, solo felicidad.
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