El año llega a su fin y diciembre se nos presenta como un mes que no existe, ha desaparecido del almanaque tachado por despedidas, fiestas de los niños, actos, exámenes, visitas al médico, navidad y fin de año.
Pero existe, hay que seguir trabajando, abrumados por el calor y la humedad, peleándonos por el único ventilador que funciona, pero no gira y que encima nos tira aire caliente, las ventanas selladas por seguridad hacen el ambiente más denso y ánimos se empiezan a arruinar, los nervios afloran en el lugar y mis pobres víctimas, los alumnos nos miran con cara de terror ansiando que llueva para que nos cambie el humor porque de eso depende su nota o si pasan de año o no.
Entonces, miramos el almanaque con desesperación como si de tanto observarlo el tiempo pasara más rápido, pero el día sigue teniendo veinticuatro horas, el reloj sigue sonando a la mañana y el trabajo nos parece una tortura de nunca acabar. Soñamos con las vacaciones, nos imaginamos en sitios paradisiacos, con aire fresco, bebidas, un negro guapo que nos sirva cócteles raros, cuando volvemos estamos en el mismo escritorio con el calor que no cesa y miramos por enésima vez el reloj.
¡Qué rápido pasó el año! nos consolamos diciendo y miramos en la heladera el almanaque chiquito mientras pensamos ¿será que el almanaque de bolsillo empequeñece el año?.
A mi cada año se me hace más corto! Desmonto el arbolito de navidad y cuando me doy cuenta ya lo estoy poniendo de nuevo...Diosss que tristeza!! Con lo largos que eran los años cuando eramos pequeños!!! Un beso Sarita
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