Cuando era una niña era tan flaca que las personas preguntaban: ¿está bien esta nena? ¿ no esta desnutrida? ¿ come bien? daba la impresión de que me iba romper en cualquier momento. Eso impresionaba a las personas y a mi mamá que me llevó a cuanta curandera encontró. Porque el diagnostico de la mayoría (llamese vecina, tía ,tiaabuela, abuela y demás viejas del barrio) decía que eran parásitos. Ahí empezó la cura a mi delgadez. Ruda masticada recién salida de la planta, azúcar negra con semillas de zapallo, ajenjo en ayunas, todas unas delicias para una nena de cinco años. Nada de caramelos ni cosas dulces mientras duraba el tratamiento. Y visitas a la curandera para ver si los hilitos del agua: aumentaban, disminuían, se movían o no. Esto determinaba si había o no funcionado el tratamiento, es decir si la tortura terminaba o seguía una semana más.
Así transcurrió mi infancia, porque como comprenderan los supuestos bichitos no se fueron nunca según los hilitos del agua y si bien el médico le explicó a mi mamá que mis fracturas de huesos no se debía a mi contextura física, ella no se convencía, yo no iba a contra decirla, aunque intente decirle que se debía a mis travesuras que nada tenían que ver con una tranquila nena de mamá, más bien con un varón que se arroja de dos metros de bolsas de harina.
En mi adolescencia aparentemente mi delgadez no preocupaba a nadie, todas mi compañeras querían ser como yo, me preguntaba como hacia, yo nada como como cualquiera o más.
Al entrar en la facultad a la que empezó a preocuparle mi físico fue a mí, empecé gimnasia para tener un poco de músculo y ser un poco mas rellenita, pueden creerlo, yo tampoco y menos mis compañeras de gimnasia que no sabían como bajar un kilo y veían a esta flaca puro huesos queriendo engordar era para matarme en masa y creo que mas de una vez lo pensaron.
Cuando termine la facultad y me casé empecé a engordar unos kilos parece que la convivencia me hizo bien, pero el problema fue que todos creyeron que estaba embarazada y por eso me había casado, hasta el cura que vio unos meses después me lo insinuó, no es gracioso. Por fin a los treinta años tengo un cuerpo normal y me creen embarazada.
Ahí termino la flaca, tuve mi primer hijo y además de felicidad me dejó una muela menos y veinte kilos de más.
Sí me pase al bando de las gordas, las que nadie quiere, miran de reojo, hacen comentarios por lo bajo y te recomiendan"por tu salud" bajar de peso, no comas tanto, come sano, bueno la psicosis me contagió, fui a cuanto homeópata, nutricionista endocrinólogo y licenciadas que ponen semillitas en la oreja que te hacen bajar de peso, es decir recorrí toda la gama de especialistas y chantas que hay en esta ciudad durante cuatro años. Y si debo reconocerlo baje tres kilos, un logro no, dividido cuatro años cuanto baje por mes,no se hagan ud, las cuentas. El problema fue que a los dos meses los tenía de vuelta en alguna parte de mi cuerpo vaya uno a saber donde.
Llegué a la conclusión después de tener mi segundo hijo y quedarme con unos kilos más, que no estaba dispuesta a pasar por todo eso de vuelta,sobre todo porque a todo el mundo le importaba mi peso y mi cuerpo, a los únicos que no le importaba eran a mi esposo y a mí.
Y bueno a él no le importa y duerme conmigo y a mí no me importa y tengo que vivir conmigo, los demás que se ocupen de su cuerpo y de su vida porque los que más me reclamaban que me cuidara tenían más kilos que yo.
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