Siempre tuve la sensación de que el agua tiene un efecto
tranquilizador en mi alma, el mar aunque lejos de casa viene a mi mente
constantemente a armonizar mi cuerpo.
Esa tarde en el lago aunque sus aguas se habían reducido por
el poco deshielo de la temporada, creando un rastro blanco en su orilla, el
espectáculo fue increíble, las montañas de fondo daban el marco ideal para
respirar hondo y sentir su paz entrando por mis pulmones.
Miro el agua y mis
penas se disuelven, como si el agua llevara la angustia a la orilla opuesta.
Dicen que cuando uno le cuenta sus penas al río, la
corriente se las lleva, creo que es así, aunque solo dure un momento.
Dicen que el corazón de una mujer es como un lago,
transparente, extenso y a veces manso como el agua. Yo creo que el corazón de
una mujer encierra tantas cosas, penas, desamores, tristezas, amor, personas,
momentos, alegría y un lugar vacío en el fondo, porque siempre hay alguien más que
quiere entrar.
Sentada en la orilla del lago, me puse a pensar, será que mi
tristeza y mi paz, puedan convivir en el mismo lugar; será que el amor y el
odio puedan enfrentarse sin lastimar;
será que las personas que quiero tengan suficiente espacio para llevarme a la
orilla cuando me esté por ahogar; será que mi corazón es débil o simplemente
parte de mi debilidad. Abierto a todos, con ganas de ayudar, cobija a quien lo necesita,
al que recibió una injusticia, al que tiene hambre, al que camina por la vida
sin hogar ni futuro a la vista.
Pienso esto mientras miro una pequeña ola recorrer mansa la superficie
plana y ahí esta mi respuesta, mí corazón es manso, pero con olas que a veces
mueven mi alma en busca de una respuesta, que ahí está, aunque la montaña sea
grande y me impida mirar.
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